domingo, 19 de noviembre de 2017

Relatos de Yhaerun. Vestigios del pasado.












Yulei 30 d.GG. (Año 30 después de la Gran Guerra).

Un grupo de críos jugaba con espadas de madera en el Valle de lo Perdido, aún era temprano, media mañana, y el anillo que rodeaba el planeta no había aparecido; solía hacerlo a partir de mediodía, durante unas cuatro horas acompañaba al sol con su presencia.
El valle debía su nombre a lo mucho que se había perdido en él durante la Gran Guerra, muchas vidas, sí, pero no sólo eso, también esperanzas e ilusiones.
Prados de hierba fresca crecían entre pináculos de rocas y pequeños riachuelos que se formaban en épocas de lluvia. Altos árboles de espigados troncos se alzaban hacia el cielo intentándolo alcanzar con sus copas. Aves de distintas especies buscaban refugio en su alturas para hacer en ellas sus nidos.
El valle había cambiado tanto. Ahora era un remanso de vida y paz.
Dos soldados cruzaban a caballo un pequeño túnel bajo un promontorio de rocas; venían de palacio, seguramente se dirigían hacia otro reino porque siguieron el camino real.
Los críos quedaron verdaderamente maravillados al verlos pasar, no apartaron la vista de ellos hasta que estuvieron bien lejos.
‒¿Sabéis que mi abuelo participó en la Gran Guerra? –les dijo Yiaretza.
‒No digas mentiras. ¿Cómo iba a participar si ningún daowin lo hizo? ‒le preguntó uno de los otros dos críos.
‒Digo la verdad. Él me lo contó.
‒Tu abuelo no es más que un viejo herrero de pacotilla.
‒¡Retira eso que has dicho ahora mismo!
‒¡No lo haré!
‒¡Tú lo has querido! ‒la cría se abalanzó con su espada de madera hacía él y le descargó un fuerte golpe en el hombro. El crío, dolorido, se echó mano a él, luego con su espada intentó quitársela de encima. El otro crío, sabedor de la destreza que Yiaretza tenía con la espada, intentó quitársela, y lo logró. La cría también consiguió alejar la otra del chico con el que luchaba. Los dos comenzaron entonces un intercambio de golpes y arañazos en la que ella claramente estaba saliendo victoriosa. Cuando ya consiguió levantarse, e iba a dejarlo en paz, alguien llegó por detrás y le dio un empujón. Era el hermano mayor del crío al que acababa de vencer; venía acompañado por otro adolescente.
‒No te da vergüenza. Vencido por una chica ‒le dijo a su hermano pequeño, que en estos momentos se moría de rabia. Luego, agarró a Yiaretza por la cara, estrujándosela violentamente. ‒La cría lagrimeaba de dolor, pero se aguantaba sin gritar‒. En esos momentos llegó alguien más, alguien que le dio un tremendo gancho de derecha en la mandíbula al chico que estaba maltratando a su hermana. Éste calló inmediatamente al suelo, dejándola libre.
Mientras se levantaba, el compañero del golpeado agarró y sujetó por detrás al hermano de la cría, y el otro, una vez repuesto, le pegó una y otra vez hasta agotarse.

****

Cuando regresaron junto a su abuelo y éste los vio con el único ojo que le quedaba útil, dejó sus herramientas junto al yunque y les preparó un cubo de agua fría para que se lavaran las heridas.
            ‒¡Madre mía! ¡Cómo te han dejado muchacho! Espero que valiese la pena.
‒Eran dos, abuelo. Me defendió de ellos –le comentó Yiaretza.
‒Entonces hiciste bien, muchacho. ¿Y porque se metieron contigo niña?
‒Porque su hermano menor y su amigo no podían conmigo.
‒¡Vaya! Conociéndote, te creo. ¿Pero cómo comenzó todo?
‒Pues esos dos chicos y yo estábamos jugando con espadas de madera, luego pasaron dos soldados a caballo por el camino real y yo les dije que participaste en la Gran Guerra, entonces me dijeron que yo era una mentirosa y tú un viejo herrero de pacotilla, y así comenzó todo.
‒Vaya. Ya comprendo. No debí contarte esas historias. Bueno, regresad a casa y que vuestra madre te coloque un buen chuletón sobre ese ojo ‒dijo ahora dirigiéndose a su nieto‒, o te parecerás a mi más de lo que quisieras –le dijo guiñándole el ojo que le quedaba útil.
‒De acuerdo –contestó el muchacho de mala gana.
Los dos se despidieron de su abuelo y éste de ellos y se marcharon.
El abuelo agarró de nuevo sus herramientas, y dijo para sí:
‒La guerra no es ningún juego. Entonces su mente recordó su última batalla:


*(Falta la narración de su recuerdo de la Gran Guerra).

Y volvió a decir:
‒No, no es ningún juego.